Donde el oficio se volvió destino

Cada pieza es una victoria silenciosa; cada historia, un recordatorio de que la resiliencia también tiene textura.

Soy Valerio, llegué a Bogotá con doscientos mil pesos en el bolsillo y una maleta ligera.
No traía más que un sueño, las manos dispuestas a trabajar y una fe inquebrantable. Dormí en el suelo de la casa de un amigo; los dos compartíamos el mismo espacio y el mismo deseo de salir adelante. No había muebles, no había comodidades, pero había esperanza y un techo sobre nuestras cabezas.

 

Cada mañana caminaba cerca de una hora hasta la Universidad Nacional de Colombia. El trayecto era largo, pero el pensamiento de lo que podía llegar a construir me daba fuerza. En esos días en que el hambre se hacía más presente que el cansancio, trabajaba como mesero. En algunos restaurantes me daban el almuerzo, y a veces, incluso, algo de dinero. Esos días eran una bendición. Me regresaba en bus, con los pies cansados, pero el corazón tranquilo: había ganado no solo comida, sino la certeza de que todo esfuerzo tiene sentido.

 

Fue entre esos días de estudio y trabajo que comencé a fabricar mis primeros artículos de cuero. No tenía taller, ni herramientas, ni experiencia suficiente. Solo tenía curiosidad, determinación y la convicción de que con las manos se podía transformar la vida. Vendía mis primeras creaciones en la misma universidad: pequeñas billeteras, cinturones, accesorios hechos con la paciencia de quien entiende que el oficio también es una forma de oración.

 

Cuando me casé, junto a mi esposa compramos lo primero que representa estabilidad para muchos: una cama. Nos mudamos a un pequeño apartamento y con ello empezó, sin saberlo, la historia de lo que hoy es Saenz Leather & Art.

 

No había taller aún. Trabajaba sobre una tabla de aglomerado que usaba como mesa, a veces en el piso. Cuando hacía frío, ponía la tabla sobre mis piernas, sentado en la cama, y allí nacían las primeras piezas. No había espacio, pero había propósito. No había herramientas, pero había fe. No había dinero, pero había sueños y el apoyo incondicional de mi compañera de vida.

 

Con el tiempo, lo que empezó en el suelo de un cuarto se convirtió en un taller.
Y el taller se transformó en un lugar donde otros también encontraron una oportunidad.

 

Empezamos formando a jóvenes universitarios que, como yo, habían llegado a Bogotá persiguiendo sus estudios en condiciones difíciles. Jóvenes que necesitaban una mano, un oficio, un espacio donde aprender que la dignidad también se construye con las manos.

Más adelante, el taller abrió sus puertas a madres cabeza de hogar, mujeres que enfrentaban la vida con la misma valentía con la que sostenían a sus familias. Con ellas aprendimos que el cuero, cuando se trabaja con amor, también puede sanar.

 

Hoy, en alianza con la Fundación Pones, formamos y acompañamos a jóvenes con discapacidad auditiva. En sus manos el oficio adquiere una nueva lengua, la del silencio que comunica más que las palabras. Ellos nos enseñan, día a día, que la resiliencia no es resistir, sino crear belleza desde las adversidades.

Cada pieza que sale de nuestro taller lleva dentro una historia como la nuestra: de lucha, de transformación, de amor por lo hecho a mano. No fabricamos solo productos, sino símbolos de fe y de perseverancia. Cada costura encierra un propósito; cada acabado, una historia que se rehace con dignidad.

 

Porque Saenz Leather & Art no nació de la abundancia, sino del valor de no rendirse.
No somos solo un taller de marroquinería artesanal. Somos un espacio donde los sueños se cosen puntada a puntada con manos que se tiñen de esperanza.

 

Aquí, en cada pieza, palpita una historia de vida.
Aquí, en cada corte, sigue viva la certeza de que cuando las manos trabajan con propósito, el arte se convierte en una forma de cambiar el mundo.

Somos más que un taller.
Somos creadores de sueños.